“¡Bienvenidos a la nueva normalidad!” suena extraño… ¿En realidad estamos ante algo novedoso? ¿Será que efectivamente el temor de muchos fatalistas respecto a situaciones que rogábamos no vivir —guerras bacteriológicas, por ejemplo ¿Qué rayos hicimos como especie que nos orilló a obtener como respuesta un agresivo intento de supervivencia por parte del planeta?
La respuesta, queridos amigos, es que hemos sido indolentes, irresponsables y perezosos. Respaldo esta afirmación remontándome a los primeros contactos conscientes con nuestro entorno. Con toda seguridad, más de uno recordará aquellas añoradas lecciones de Ciencias naturales, sí, en los célebres libros de texto (que además eran la única herramienta de consulta de primera mano con la que contábamos). Ahí destacaba ya el grave problema que representaba la contaminación, la sobreexplotación de los recursos naturales, la terrible dependencia respecto a los combustibles fósiles y el cada vez más preocupante incremento de la densidad de población, solo por señalar algunos.
Pensábamos que el destino era un horizonte tan lejano que difícilmente nos tocaría; pero no solo nos alcanzó, sino que nos atropelló de forma brutal. En esta circunstancia, en esta época, estamos viviendo el inicio de un proceso evolutivo que no solo gestará al nuevo ser humano, sino que también ayudará al establecimiento pleno de la sociedad virtual, el teletrabajo como forma habitual de generar riqueza, la dependencia casi absoluta (¿más?) frente a la tecnología, las relaciones frías, el criterio vacío, la mentira fácil escondida tras la pantalla de la computadora, el sexo virtual y situaciones tan absurdas como la representación de la descendencia en forma de tamagotchi.
¿Suena familiar? ¡Claro, porque es nuestra realidad! Lo verdaderamente conmovedor es que, contrario a lo que señala el genial Bruce Springsteen al cantar We didn’t start the fire, nosotros, los habitantes de la esfera azul, sí iniciamos este pandemonium.
El proceso evolutivo —por definición— es constante. No negaremos que el actual muestra claros indicios de una aceleración pocas veces vista. Tenemos frente a nosotros la forma en que opera el proceso de selección natural, aportación de Charles Darwin, la cual se considera el eje de la evolución. Así, solo los individuos más aptos logran sobrevivir. Adaptarse o morir, reza el lema.
Abriendo un paréntesis breve para contextualizar, diremos que esta crisis sanitaria nos ofrece ambas caras de la moneda, lo mejor y lo peor, lo sublime y lo absurdo, lo que es cierto y lo que no lo es, la virtud y la ignominia. Claramente me refiero con esto al comportamiento —en esta contingencia de salud— de la población en nuestro país. Mientras que algunos se han apegado responsablemente a las medidas de mitigación y control (incluso sin estar de acuerdo con éstas), otros irresponsablemente hacen caso omiso de ellas, con lo cual se ponen en una situación de alta vulnerabilidad, arriesgando no solo su propia persona sino la salud de los de su entorno y generando con ello un contagio geométrico cuya expansión puede ser incalculable.
Se inicia la selección natural. Vemos cómo amplios sectores de la población se encuentran cegados por la negación absurda y necia del problema, adoptando posiciones incomprensibles, decisiones estúpidas revestidas de valentonismo. Pareciera que con orgullo se abandonan a la conducción mansa y voluntaria al precipicio de la insuficiencia hospitalaria, en una actitud equiparable al autoexterminio.
Por el contrario, hay quienes se apegan solidariamente a las medidas de contención, insisto, a pesar de que en la mayoría de las ocasiones dicha práctica implique muy altos costos en todo ámbito. Es en este “momento de verdad” cuando la adaptación genera trascendencia y la paciencia rinde el fruto más apetitoso jamás atesorado como ahora: la conservación de la vida.
En el ámbito empresarial, la situación es idéntica; aunque la adaptación en varios sectores (servicios, por ejemplo) fue extraordinariamente rápida. Así, hemos pasado de la comprensible incertidumbre y quizá incredulidad a la operación vigorosa de un respetable porcentaje de unidades productivas. No obstante, sigue en juego la viabilidad de un gran número de mipymes, con el respectivo efecto en la fuente de ingreso de miles, quizá millones, de trabajadores.
Esta nueva realidad, aderezada además con el abandono gubernamental, nos lleva a aguzar el ingenio, a simplificar operaciones, a adaptar productos, a evaluar la viabilidad de los existentes, a especializar la cobertura y a mejorar la atención.
La actual situación va más allá del célebre “momento de verdad”; estamos inmersos en la “verdad del momento”, en la cual la cercanía de los especialistas patrimoniales debe ser constante, cálida, empática y, por supuesto, como siempre, de alta calidad.